El sábado pasado, creo, el suplemento cultural de Clarín o el de Nación, ahora no podría decir cuál, sacó un largo reportaje a George Steiner. Entre una cosa y otra, Steiner afirma muy suelto de cuerpo que el catalán debe ser enseñado porque es una lengua con una tradición cultural impecable (y es cierto, ahí está el Tirant), mientras que no sucede lo mismo, según él, con el gallego. Quizá el discurso de Steiner, dicho a las apuradas y tal vez sin ganas frente a un periodista, funcione para el vasco (que es, con todo, la lengua madre de Ignacio de Loyola, que alguna influencia ha tenido, entiendo, en la cultura de Occidente) pero de ninguna manera se aplica al gallego. Como cualquier estudiante de Letras más o menos aplicado sabe, aun sin ser experto en literatura española medieval, el gallego fue durante el medioevo la lengua de los tovadores, como el provenzal en el Sur de Francia o el siciliano de la corte de Federico II. Muchos de los poemas más hermosos de la literatura de la península ibérica fueron escritos en gallego, y en gallego están escritas las famosas cantigas de Alfonso el Sabio. Algunos de esos poemas fueron reunidos por F. L. Bernárdez en los años 40 en antologías publicadas por Losada, en un momento en que esos libros llegaban a todo el mundo de habla hispana y que, de seguro, estarán en toda nutrida biblioteca de las venerables universidades de EE.UU. que Steiner, de manera por lo visto no demasiado provechosa para su educación, frecuenta. Sin los ejercicios líricos emprendidos en algún momento en gallego, habría que decirle a George, la idea misma de una literatura lusófona sería difícilmente pensable. Pessoa, por ejemplo. Así como Dante no puede pensarse sin la máquina lírica de las cortes meridionales, o Petrarca o Villon sin los provenzales
Es raro, pero gente como Steiner o como Bloom pasan por ser personas muy eruditas y respetables. Es más, se presentan a sí mismos como "pastores del ser" de la tradición de Occidente, como guardianes celosos del canon que pontifican contra todo lo que se oponga a su estrecha idea de cultura.
En algún punto, el traspié de Steiner es sintomático: su cultura general es hegemónica (Barcelona, el diseño, la rica burguesía catalana, la editorial Anagrama) y algo de oídas.
Muy chiquita. Muy norteamericana.