lunes, 26 de abril de 2010

La indiscutibilidad del canon

De una entrevista de La Nación de hoy a M. K., multipremiado (dice la volanta) escritor argentino:

"Creo que el canon de clásicos ha hecho bastante justicia con la literatura argentina. Lo mismo si vamos al siglo XX: Borges, Arlt, Cortázar... me parece que es perfectamente adecuado el modo en que la centralidad del canon constituyó a sus figuras. Después, yendo un poco más a los bordes, si Bioy Casares o Sábato pueden estar en ese lugar o no son matices que se pueden discutir. Y de Borges hacia aquí hay muchos, desde luego, pero Juan José Saer es el primero que uno nombraría"

Si la noción de canon en un momento sirvió para replantear los modos en que se había construido eso que llamamos "literatura argentina", en la versión de M. K., que es una muestra lúcida de la versión dominante en la crítica académica, el canon aparece más bien como algo casi definitivamente cerrado (hay están presionando Bioy y Sabato), como algo ya decidido en sus grandes líneas por las generaciones anteriores de críticos y que sólo puede ser reproducido en su centralidad y ampliado prudentemente en sus márgenes.
De hecho, el listado de grandes nombres que hace M. K. es coherente, aunque sea más restringido, con el que trabaja B. Sarlo en su poderosa compilación de textos críticos publicada en 2007 por Siglo XXI. Es la misma línea: la línea Borges, Arlt como contracara, Cortázar como momento altomodernista, y después la canonización de Saer. Es el "relato" de la crítica, para usar un término caro a Cris y, antes, a Nicolás Rosa.
Es lógico, pues, que la literatura, así construida, se haga marginal: resulta comprensible, también, que ese armado no quiera ser discutido por M. K: en él encuentra un lugar importante su propia producción literaria, que Beatriz rescata, junto con las de Pauls o Chejfec, en las apostillas finales de ese mismo libro, tal vez una de las intervenciones más sólidas en el ámbito no sólo de la crítica, sino de la política cultural, de esa década esfumada que es la de los 0 del 2000.
Es notable: son ellos dos, Pauls y Chejfec, los autores de la "generación anterior" que M. K. reconoce como parte de su zona de interés.
Es interesante pensar lo que ese canon transforma en ilegible.

domingo, 25 de abril de 2010

Crítica y potencia
Creo que hay una tendencia en la crítica de los 80, me refiero a la crítica académica, que es análoga a la operacion cultural alfonsinista y que es, pese a las apariencias, irreductible a la concepción de cultura que se desprende de los cuadernos de Gramsci.
Se trata de la reapropiación en clave "moderna" de las lecturas de cuño liberal-libertador, del corpus de lecturas organizados en torno a Sur, entendido ese núcleo como una suerte de lugar de llenado cultural. Desde ahí, de ese lugar que no llega a criticarse (que no llega a ser sometido a disección, del que no desentraña del todo en fucionamiento: que en definitiva permance ilegible) se dirimen carencias, se leen retazos de la literatura más cercana , se piensan los saberes menores, se clasifican los saberes del pobre, etc., como una fuerta de suplir la falta de llenado. El resultado es evidene y, si se quiere, acrítico: la confirmación del lugar soberano de Borges, de Sur "urbanizado" (como la filosofía heideggeriana por Gadamer) por el suplementos de cultura de La Nación, y la exacerbación de esa triste concepción de la literatura de espejos y laberintos, de niño al que mayores hórridos hacen hablar en inglés.
Se puede leer, sin embargo, también aquello de lo que carece Borges. Digamos, para nombrar solo uno de los puntos de configuración de la cultura burguesa, podemos ver sus carencias en cuanto a su conocimiento de lo operístico, saberes que sin embargo son constituyentes en un Armando Discepolo, cuyo padre, recordemos, había estudiado en una de las escuelas de música más prestigiosas del siglo XIX (la Academia Real de Nápoles). En la Academia confluye toda la cultura europea del siglo XVIII desde Haendel a Metastasio; allí se formó Bellini, como se sabe, ineludible por su trabajo sobre la cesura para pensar la orquestación wagneriana y, en consecuencia, la cultura tal como la entendió el siglo XX (pensemos en Celan o de Mandelstam).
Las traduccones del padre de Borges (don Guillermo tradujo, como Joaquín V. González, los textos de Omar Khayyam, de su versión -por supuesto- inglesa) o los poemas de Lafinur (que me gustan) resultan, en comparación, modestos. Uno podría leer pues desde las carencias operísticas toda la literatura borgeana (compararla con el verdismo de Visconti o el wagnerismo ya diluido del primer Mann) y su recurso a la enciclopedia como una forma de saber suplementario (en el sentido de un saber que suple un supuesto vacío).
La crítica vagamente socialista (laborista de centroizquierda tal vez sea más exacto) de los 80 lee de esa manera: ubica al otro en el lugar de la carencia; lo lee todo desde la "plenitud", desde el "llenado" plasmado en los años anteriores en el suplemento de Nación.
La crítica que interesa es más la la de imaginación técnica que la de la modernidad periférica. Pienso en una crítica que opera no tanto enfatizando faltas (¿de qué carece, en el fondo, un ciego?, podemos preguntarnos con Spinoza) sino gozando de los lugares de deseo y de fuerza. No empeñarse en aquello que una escritura no puede (Alrt no puede, en teoría, leer en inglés; Borges, en su visión tan simplota de lo italiano, no puede distinguir con claridad, por ejemplo, un elemento insoslayable como es la diferencia entre la entoncación meridional italiana, de donde su cercanía con formas eminentemente lírica, y la septentrional, más apegada a un metro narrativo, una diferencia que no es menor en Discepolo o Porchia o en el modo de entonar la milonga en Ignacio Corsini; no puede, tampoco, arreglar un cuerito; ninguno, ni Borges ni Arlt, puede leer a Dostoievsky en ruso, que algunos recién llegados, como la familia Gelman, abordaban en su original: no importa, la literatura no es el Uno de Plotino, siempre pleno y completo: a ella, siempre se le puede añadir una nueva carencia: son cosas que pasan), sino aquello que una escritura genera. Lo que articula o abre. Su potencia.

viernes, 23 de abril de 2010

Dos Hermanos

Dos Hermanos, la película de Burman recientemente estrenada. Demasiado difícil hacer una película de actores sin que ellos se pongan, siempre, en un primer plano. Lo que queda de la película es, en gran parte, algo así como una persistencia literaria: los hermanos cortazarianos de Casa Tomada, los diálogos a la Puig, la exploración de la sordidez uruguaya a la Benedetti, como si en un punto Burman volviera a filmar, cuarenta años después, La Tregua de Renán pero en un pueblo de provincia. Gasalla, por supuesto, y la película gira un poco en torno a su figura y a las citas más o menos encubiertas de sus machiettas televisivas, permite pensar materialmente ese contacto.

Sofovich y la crítica

Una crítica importante escribe sobre su relación tensa con la llamada cultura popular. Escribe que no puede ver los programas de Sofovich. Pocos comentarios menos elaborados que ese, que pareciera sentido común crítico en su estado más puro.
Uno de los aspectos menos convicentes de la afirmación de la crítica es que no queda claro si se refiere a Hugo o a Gerado. Sendos planteos estéticos no son, entiendo, del todo asimilables el uno al otro.

Inspector de pollos

Inspector de pollos y gallinas y conejos en las ferias municipales. A primera vista, suena interesante, como un llamado para aprender nuevas cosas y visitar los barrios.
Un trabajo más que digno para alguien que no tenía, al fin y al cabo, ningún título hablitante.