Escribo esto todavía con malestar, como si un furor heoico me estuviera tocando en algún lado. Algo que se despierta pero que no llega todavía a traducirse en gesto. Es increíble hasta qué punto las afecciones son el motor más efectivo y eléctrico de la escritura.
La última vez que pasé por Puán terminé discutiendo las propuestas de los alumos que me parecieron sencillamete siniestras. Por un lado, quieren pedir la implementación de recuperatorios por nota. La verdad, no lo comparto. Tira para atrás. Es un lloriqueo, un plañir como el de esos alumnos que piden 5o céntimos para promocionar y que asumen todas las posiciones imaginables en un lapso ínfimo, desde la sobreactuación del patetismo hasta la más grosera arrogancia. Me parece que cada cátedra puede decidir o no tomarlos (yo no lo haría y creo que la cátedra en la que estoy tampoco). Por otro lado, pretenden algo cuya sordidez me sigue produciendo temblequeos: implementar encuestas obligatorias al final de la cursada para que los alumnos evalúen a sus materias y profesores. Hablar de encuestas en un ámbito de discusión política y teórica como debería ser una junta me parece un retroceso importante. Es adoptar modismos mediáticos suficientemente refutados. Además, que los docentes se vean evaluados de manera anónima y entiendo irresponsable por alumnos que acaban de terminar la cursada (y sujetos, pues, a las comprensibles pasiones que desencadenan bochazos, correcciones, comentarios, observaciones, lecturas no comprendidas, etc.) me parece, en cambio, una de las formas más triviales de la abyección. Como si uno fuera un mono que tuviera que ganarse permanentemente el aplauso del público, deseando la mísera banana entre las manos. O no habrá sido siempre así? O no habremos vivido siempre pensando que éramos algo cuando en realidad éramos otra cosa, mucho más pequeña, mucho más sórdida?